El ambientalismo no salvará al mundo, pero puede mejorarlo
¿Por qué últimamente se escuchan voces, algunas anónimas y otras visibles, que argumentan en contra de los ambientalistas y de quienes se animan a defender los recursos naturales de la expoliación y el ultraje?
Siempre que aparecen conflictos ambientales, o conflictos sociales o políticos donde la dimensión ambiental emerge entre los argumentos mencionados, también suelen salir ataques de quienes sienten peligrar sus intereses.
Trato de pensar qué podrían hacer pequeños grupos de personas autoconvocadas y llamadas por algunos, peyorativamente, "ecologistas", frente al sistema imperante, y me surgen dos reflexiones. La primera, es que en estas cuestiones de poder, se enfrentan los intereses individuales, e indudablemente privados, con el interés público. El interés privado se refiere mayoritariamente a la renta personal o corporativa, aunque también solemos encontrarlo entre quienes no ansían nada más que poder por el poder mismo. En cambio el interés público, por definición se refiere al poder colectivo, aquel que pertenece a todos y a la vez a nadie en particular. Es el interés de todos. Ese es el primer corte, ya que al interés privado no le interesa el interés público, sobre todo cuando las acciones humanas que pueden generar beneficio para unos pocos "privados", es alertada y resistida por quienes defienden "lo público". Y los ecologistas están a la vanguardia de este interés público. Es en definitiva un choque entre el poder corporativizado y el poder ciudadano, que aunque esté fragmentado, en ocasiones se hace sentir.
Lo siguiente es que el ecologismo, y por extensión también el ambientalismo, nos enfrenta con nuestra propia esencia perdida. La reflexión del ecologista podrá ser tachada de extremista, equivocada, rayana la locura o enfrentada al mal llamado progreso, pero nunca se podrá decir que no es comprometida ni sincera, dos palabras que no solemos escuchar muy seguido, o a veces también escuchamos que sus afirmaciones son inciertas, aunque todos en el fondo sabemos que el reclamo ecologista en la defensa del planeta es tan urgente como necesario. El ecologismo es una fuerza de choque a nuestra propia necedad, al capricho de querer vivir a costa de los demás, a la inhumana pretensión de destruir nuestra casa, nuestro oiko, para mantener una "calidad de vida" que no sabemos bien adonde nos llevará. Y por eso el ecologismo es molesto, porque nos desnuda en nuestra propia mirada consumista, porque nos enfrenta a lo peor de nuestras acciones y pensamientos, respecto de lo que queremos para el futuro de nuestros hijos, porque en la frente del ecologista está pintada la palabra dignidad, que hoy es un bien más que escaso.
Y si el ecologismo molesta al sistema, hay que eliminarlo, desacreditarlo, reducirlo a su mínima expresión, amordazarlo, rodearlo hasta escuchar su rendición. Pero hay una mala noticia para sus detractores. El ecologismo emerge de todas las luchas, aun las perdidas. El movimiento ecologista ha sido el único que ha traspasado la barrera de la modernidad, instalándose como baluarte del posmodernismo, traducido en miles de grupos y organizaciones por todo el planeta, formando uno de los pocos movimientos globales existentes en la actualidad.
Entonces, ¿qué hacer con el ecologismo?. La pregunta no es sencilla, porque hacerse socio de este club implica repensar una serie de actitudes y acciones que tenemos cotidianamente, que afectan no solamente al planeta, sino a nuestra propia vida. Incluye cómo nos alimentamos, a quiénes escuchamos, cómo nos vestimos, cómo nos trasladamos, qué propuestas políticas avalamos y en definitiva, cómo debemos vivir el presente para darle una oportunidad al otro de seguir satisfaciendo sus necesidades en el futuro.
Se trata en definitiva de buscar dentro de nosotros una respuesta que no está ni en el cerebro, ni en los bolsillos, está en nuestros corazones esperando ser rescatada. Feliz día del ambiente para todos.
Eduardo Sosa
Oikos Red Ambiental
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