Las ideas tienen el poder para generar violencia en sus diferentes manifestaciones. Quienes las originan por lo general no pueden sopesar las consecuencias de ciertas ideas pero con el paso del tiempo se hacen evidentes. La historia ofrece numerosos ejemplos. Los Aztecas, por ejemplo, creían que el sol era un ser vivo que necesitaba alimentarse de sangre humana. Pensaban que si el sol no recibía suficiente sangre, moriría y la vida sobre la Tierra iba a desaparecer. En consecuencia, los Aztecas ofrecían sacrificios humanos. El historiador W.H. Prescott en su obra La conquista de México dice que el imperio azteca sacrificaba entre 20 mil y 50 mil jóvenes, niños y mujeres cada año. Esta teología, además, les llevó a hacer la guerra contra sus pueblos vecinos para capturar suficientes enemigos para ofrecer en sacrificio al insaciable dios sol.
En el siglo XI, el monje católico Bernard de Clairvaux (1090-1153), conocido como “el teólogo del amor”, justificó el uso de la violencia para recuperar Jerusalén de manos de los musulmanes y para convertirlos. Así alimentó la idea de las Cruzadas o guerras santas, uno de los episodios más tristes y violentos de la historia del cristianismo. En el siglo XII, la violencia cristiana se extendió a los judíos. La reacción musulmana fue tan agresiva que para el año 1683 los musulmanes habían llegado a conquistar la mayor parte de Europa Central. La violencia como medio de conversión no parece una idea cristiana pero hubo y todavía hay quienes creen en ella y actúan sobre esa base.
La animadversión del mundo árabe contra Occidente nos alcanza hasta el presente. El secuestro y destrucción de cuatro aviones llenos de pasajeros el 11 de septiembre del año 2001 en los Estados Unidos, dos de ellos estrellados contra el World Trade Center y El Pentágono y las explosiones más recientes en varias estaciones del metro en Londres son manifestaciones extremistas y terroristas de un rencor milenario que tiene su origen en las ideas.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Hitler esparció la idea de que los alemanes y los arios en general eran una raza superior, creadora de la única y verdadera cultura de la humanidad y, por lo tanto, con derecho de dominio sobre las demás razas inferiores y con la misión de purificar el planeta. En consecuencia, los nazis exterminaron alrededor de doce millones de seres humanos de 1939 a 1945, entre ellos, a seis millones de judíos que representaban en ese entonces el 79 por ciento de la población judía en Europa. La idea de la superioridad racial generó la aniquilación de millones de seres humanos.
A principios del siglo XX, la revolución rusa estableció el sistema socialista y sus dirigentes convencieron al pueblo de que la defensa de la revolución estaba por encima de cualquier interés personal o familiar. El Estado revolucionario creó una maquinaria represiva que aplastó todo intento de protesta y toda expresión de ideas contrarias bajo el lema que “el fin justifica los medios”. Una variante de esta filosofía fue adoptada por Fidel Castro en Cuba y los comandantes de la revolución nicaragüense en los años ochenta con sus ya conocidas violentas consecuencias.
La incorrecta teología azteca produjo sacrificios humanos y guerras. El racismo nazi, exterminio masivo. Una falsa concepción cristiana sobre la importancia de Jerusalén y sobre el método de conversión produjo guerra y barbarie. La creencia de que la construcción de la sociedad socialista justifica cualquier acción represiva de parte del Estado revolucionario condenó a poblaciones de Europa del Este y de otros continentes a la tortura, la muerte, la cárcel y a la violación de sus derechos humanos más elementales.
Ahora, ¿aprenderemos la lección o insistiremos en sembrar ideas que llevan a la violencia, la intolerancia, el abuso, la destrucción de la propiedad o el caos? ¿Antepondremos el interés y el bienestar común a la satisfacción egoísta de nuestros deseos e intereses personales o partidistas? ¿Predicaremos el valor intrínseco del ser humano o su valor relativo? ¿Estaremos a favor de la vida o de la muerte? ¿De la paz o de la guerra? ¿Del amor o del odio de clases?
Cualesquiera que sean las ideas que profesamos y predicamos, tendremos que vivir con sus consecuencias. Lo racional y aconsejable, por lo tanto, es promover y cultivar las ideas de paz y tolerancia fundadas en la justicia y el respeto a los derechos de los demás. l
La Prensa de Chamorro
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