Qué es el pensamiento único?
Desde tiempos de [1] Aristóteles ya se sabe que el ser humano es un animal que piensa. Algo que después quedó bien claro con buena parte de la filosofía moderna, particularmente con [2] Descartes. En fin, que el simple (o no tan simple) hecho de que pensemos nos ha dado bastante que hablar. Sin embargo, parece hay un concepto que podría sugerirnos que no pensamos tanto como creemos, sino que, por el contrario (y muy sospechosamente) muchos de nosotros coincidimos bastante en el contenido de nuestros pensamientos. Vivimos entregados, entonces, al pensamiento único, un concepto de que de vez en cuando se deja oir por ahí, pero cuyo significado no está del todo claro. Por eso quisiera dialogar hoy con vosotros en torno a este concepto, para que entre todos lleguemos a saber qué es exactamente eso del “pensamiento único”.
Desde mi punto de vista, hay tres componentes esenciales de esta forma de pensamiento que se nos va filtrando a través de los medios de comunicación y las formas de vida: el capitalismo, el liberalismo y la democracia. El movimiento libre del capital y todo lo que lleva aparejado (globalización, multinacionales y consumismo, entre otras cosas) se ha convertido casi en una nueva religión, no por las virtudes del sistema sino por la debilidad de todos sus rivales. Así vamos todos viviendo, insatisfechos con el capitalismo, pero alimantándonos de él, convencidos de que es muy difícil idear algún sistema mejor. Algo que tampoco son capaces de ofrecer muchos de sus críticos. Y claro, el sistema político perfecto para una economía capitalista es el que está sacralizado en muchas de nuestras sociedades: la democracia liberal. El liberalismo se nos presenta como la fórmula mágica de la libertad: dedícate a tú vida privada (se nos dice) que el Estado (así, con mayúsculas) se preocupará de que nadie se entrometa en la misma. ¿Quién cuestionaría el liberalismo con esta tarjeta de visita? Nadie, salvo cuando vamos comprobando que a menudo las libertades de unos valen más que las de otros, y que la libertad entendida de un modo absolutamente individualista y radical termina convirtiendo al hombre en un lobo para el hombre. Civilizado, sí, pero un lobo.
Este individualismo basado en la competitividad parece atenuarse en el tercer gran pilar del pensamiento único: la democracia. Un sistema político defectuoso, que no por ser el menos malo termina convertido en bueno: sometido a la manipulación y a la irracionalidad de la masa (no hay mayor mentira que esa de “el pueblo nunca se equivoca”), parece que la democracia es algo intocable, que no se puede criticar de ninguna de las maneras. La espada de Damocles del adjetivo “fascista” pende sobre aquel que se atreva a dudas de ella. ¿Acaso no existen problemas en las democracias contemporáneas? ¿Garantiza la democracia la representatividad o la legitimidad del poder político? Grandes preguntas que, unidas al cuestionamiento del liberalismo y el capitalismo, deberían llevarnos a cuestionar ese gran monstruo conceptual que es el pensamiento único. ¿Estamos condenados a vivir así? ¿Acaso no somos capaces de pensar en mejores sistemas políticos y económicos?
Desde mi punto de vista, hay tres componentes esenciales de esta forma de pensamiento que se nos va filtrando a través de los medios de comunicación y las formas de vida: el capitalismo, el liberalismo y la democracia. El movimiento libre del capital y todo lo que lleva aparejado (globalización, multinacionales y consumismo, entre otras cosas) se ha convertido casi en una nueva religión, no por las virtudes del sistema sino por la debilidad de todos sus rivales. Así vamos todos viviendo, insatisfechos con el capitalismo, pero alimantándonos de él, convencidos de que es muy difícil idear algún sistema mejor. Algo que tampoco son capaces de ofrecer muchos de sus críticos. Y claro, el sistema político perfecto para una economía capitalista es el que está sacralizado en muchas de nuestras sociedades: la democracia liberal. El liberalismo se nos presenta como la fórmula mágica de la libertad: dedícate a tú vida privada (se nos dice) que el Estado (así, con mayúsculas) se preocupará de que nadie se entrometa en la misma. ¿Quién cuestionaría el liberalismo con esta tarjeta de visita? Nadie, salvo cuando vamos comprobando que a menudo las libertades de unos valen más que las de otros, y que la libertad entendida de un modo absolutamente individualista y radical termina convirtiendo al hombre en un lobo para el hombre. Civilizado, sí, pero un lobo.
Este individualismo basado en la competitividad parece atenuarse en el tercer gran pilar del pensamiento único: la democracia. Un sistema político defectuoso, que no por ser el menos malo termina convertido en bueno: sometido a la manipulación y a la irracionalidad de la masa (no hay mayor mentira que esa de “el pueblo nunca se equivoca”), parece que la democracia es algo intocable, que no se puede criticar de ninguna de las maneras. La espada de Damocles del adjetivo “fascista” pende sobre aquel que se atreva a dudas de ella. ¿Acaso no existen problemas en las democracias contemporáneas? ¿Garantiza la democracia la representatividad o la legitimidad del poder político? Grandes preguntas que, unidas al cuestionamiento del liberalismo y el capitalismo, deberían llevarnos a cuestionar ese gran monstruo conceptual que es el pensamiento único. ¿Estamos condenados a vivir así? ¿Acaso no somos capaces de pensar en mejores sistemas políticos y económicos?
Anotacion impresa de Boulé: http://www.boulesis.com/boule
Enlaces que aparecen en esta anotación:
[1] Aristóteles: http://boulesis.com/didactica/glosario/?n=24
[2] Descartes: http://en.wikipedia.org/wiki/Descartes
[1] Aristóteles: http://boulesis.com/didactica/glosario/?n=24
[2] Descartes: http://en.wikipedia.org/wiki/Descartes
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