3.7.07
Pinti y el Cambalache Puntano -Con la Envidia tampoco Alcanza
Cambalachepor
Enrique Pinti
Odios y odios
"Desde esos odios terribles y fundamentales podemos comprender ciertas actitudes de gente que, harta, detesta y abomina"Desde el odio no se construye, desde el amor se crea y se genera el bienestar. Pero ¿podemos dejar de odiar? ¿Usamos en forma frivola y superficial el verbo odiar y lo aplicamos a tonterías que nos molestan, nos estorban, pero no son cuestiones de vida o muerte?
Es evidente que el odio es el germen de muchas desgracias, pero también es la única defensa que tenemos los humanos para luchar contra lo que nos amenaza o nos aniquila. Es absolutamente lícito y comprensible odiar la guerra; es lógico y entendi-ble que alguien odie profundamente al que mató o mandó matar a un ser querido o al que nos robó el sobre de nuestro modesto sueldo al salir del trabajo. Qué otro sentimiento más que el odio se puede tener frente a los estafadores gubernamentales o privados que se quedan con el dinero de los otros, muchas veces pobres ahorristas que creyeron aquel cuento de los abuelos inmigrantes que señalaban al ahorro como la base de la fortuna y que se resumía en aquella mágica frase: "Quien guarda, encuentra". El tiempo y la costumbre (mala costumbre) de adaptarse al horror y aceptar como normal el robo, el dolo, la estafa y la "avivada" nos van insensibilizando ante tanta maldad, y nuestros propios frenos morales nos llevan al perdón y por consiguiente a la resignación frente a los atropellos cotidianos.
El perdón y la misericordia son prendas espirituales estimables, pero no deben convertirnos en peleles autistas y descerebrados. Poner la otra mej illa es cristiano, dej arse pe gar es imbécil o, como decía mi abuela materna: "Perdonar es divino, olvidar es de bestia".
Desde esos odios terribles y fundamentales podemos comprender, a veces, ciertas actitudes de gente que, harta de ser violada sistemáticamente, detesta, abomina y execra.
Luego están los pequeños odios que no merecen un nombre tan pomposo. Son pequeñas molestias no iguales en todos los seres humanos y que convierten la tragedia en comedia o a lo sumo en tragicomedia. El geronte cascarrabias
El autor es actor y escritor
que esto escribe "odia", por ejemplo, cosas cotidianas que amargan con muy pequeñas dosis de "veneno" la existencia diaria. Por ejemplo: la gente que no deja terminar de contar ninguna peripecia ajena.
Ellos quieren convencernos de que son más listos y astutos que nosotros y a cada frase nuestra intentan un remate que la mayoría de las veces no tiene nada que ver con lo que realmente nos pasó, arruinan con sus interrupciones nuestro relato y abortan con torpes acotaciones nuestro objetivo de contar algo que nos angustió o nos provocó una alegría. Pero ahí están ellos, con sus remates de "personas con experiencia" que ya pasaron por eso y nos quieren dar clase. Los más educados de esta especie no interrumpen, esperan pacientemente el fin de nuestra historia para espetarnos un: "Eso no es nada, lo que me pasó a mí fue peor...", y siempre fue peor y nuestra anécdota queda reducida a la altura de un poroto; nos hacen quedar como debiluchos capaces de ahogarnos en un vaso de agua y ellos quedan como los reyes de la situación. ¡Que odio! Casi tan grande como el que sentimos por la persona que nos "roba" un taxi en una tarde de lluvia; por los que hablan en voz alta en el cine, por los que nos dicen: "Estás pálido, tenes mal color.
¿Estás enfermo?"; por los que mienten y se hacen los puritanos, y uno los conoce y tiene ganas de gritarles ¡hipócrita!, pero se refrena porque sería darles demasiada importancia; por los que no respetan el horario de los programas de televisión y usan nuestro tiempo a su antojo de acuerdo con un rating que excluye a la gente que quiere ver tal programa a tal hora y no esperarlo hasta que el "minuto a minuto" dicte cuándo una cosa termina y la otra comienza; por los que se olvidan que su trabajo es también un servicio; por los que nos acusan de peligrosos populistas a los que pensamos que la salud debe ser para todos, más allá de posiciones económicas más o menos esplendorosas.
En fin, por todos aquellos que con su yo anulan al otro convirtiendo este valle de lágrimas en una inundación permanente. ¡Ah! Y vaya un último odio a los que permiten que muchas escuelas no puedan siquiera resguardar del frío a los niños.
Gentileza de revista@lanacion.com.ar
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